Suso de Toro

¿Y os vais a marchar así?

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Assaig de la Via Catalana a Girona / DAVID BORRAT

Hace unos días acudí a acompañar a unos universitarios que organizaron un encierro en su facultad en protesta porque carecían de profesores; este es nuestro tiempo, en el que tenemos que reclamar lo más elemental. Eran estudiantes de magisterio y, antes de nada, quise hablarles de Rosa Sensat.

Como ignoro lo que estudian o dejan de estudiar y soy desconfiado sobre cómo ha ido evolucionando todo y qué cosas se han ido perdiendo por el camino, suelo comenzar por el origen. Recordé que en el programa del antifranquismo iban todas las utopías, y una parte era el sueño de una educación que formase personas libres y realizadas, que uniese la acción con la reflexión. Y que eso en España había sido Rosa Sensat, Marta Mata y la difusión de la pedagogía de Jean Piaget, que se había irradiado desde Barcelona y Cataluña. Quise recordarles ese horizonte utópico porque entreveo que fue borrado y sepultado por la tecnocracia utilitarista en la enseñanza.

Y como me dirigía a personas jóvenes a las que se les niegan cosas elementales y a una generación envuelta en un ambiente de frustración y de falta de esperanza, les dije que la desesperación es un error y que el acierto está en la esperanza. Pero que debíamos aprender a hacer viable la esperanza, tener no solo inteligencia sino también valor moral para analizar primero y luego actuar para conseguir nuestros objetivos. Les dije que debíamos aprender de los catalanes, de su capacidad para conseguir objetivos a través del pragmatismo, de darle forma a lo imaginado. Incluso políticamente. Por ejemplo, el paso del tiempo demostró que el alarde de testosterona del nacionalismo vasco más radicalizado, que generó mucho dolor gratuito, era un camino a ninguna parte. En cambio, el compromiso de la ciudadanía catalana es capaz de llevar adelante una apuesta por la soberanía de envergadura histórica.

Aún argumenté la dependencia de Galicia debida a la carencia de clases dirigentes y la consecuente escasez de modelos para el progreso personal que no fuesen a través de la administración; por eso exportamos tantos políticos, jueces, obispos, militares y guardia civiles. Insistí en la fecundidad de iniciativas profesionales, empresariales y sociales de la sociedad catalana. Así es como vi siempre a la sociedad catalana; con curiosidad y envidia comprendí que era una maestra necesaria para mi país. Envidia de su fecundidad cultural, del arraigo cívico de la cultura democrática, de su curiosidad por lo ajeno para imitar e incorporarlo a lo propio, de su capacidad de supervivencia como país...

Pero ahora Cataluña está cambiada y cambiando: si era una sociedad madura en una España inmadura ahora se está haciendo también madura políticamente. Sin duda, ha crecido. No sé cómo estarán las cosas dentro de un año o dos -al final lo decidirá la ciudadanía catalana-, pero digo que si pasamos a ser ajenos los unos a los otros será una gran pérdida para muchas personas que seguirán dentro del estado español. Aún cuando ahora no lo comprendan debido a la ignorancia o los prejuicios.

Si no tenemos a mano la sociedad catalana, ¿cómo podrá uno señalarle a los jóvenes algún modelo de sociedad que genere iniciativas y que cree futuros?

Es evidente que España es un fracaso como proyecto colectivo: su ideología nacionalista es su propia desgracia. España es un país patético, incapaz de reconocer dentro otras lenguas que no sean el castellano y que se presenta en Eurovisión cantando en inglés. Y es evidente que el estado español ya fracasó en su remodelación tras el régimen: la prueba es el proceso político catalán. Es evidente también que España se hizo contra Cataluña principalmente y que ignoró cualquier aportación catalana o la desfiguró para asimilarla. Pero la sociedad catalana fue incapaz en las décadas de autonomía, encerrada desde fuera pero asumido también desde dentro el modelo de un “país petit” pero confortable, de reclamar ante los españoles lo que es suyo propio.

No sé si los catalanes se irán, pero me parecerá un gran fracaso que se marchen sin hacer un balance de lo vivido en común, aunque ese vivir en común no haya sido en unas condiciones dignas. No será satisfactorio para los catalanes marcharse sin que se les reconozca lo que aportaron y será una gran pérdida que los españoles lo ignoren; ni siquiera sabrán lo que pierden y lo que les falta. Si se marchan, que no sea “a la catalana”.

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